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Inteligencia artificial y deepfakes: ¿una crisis de confianza digital?

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Con la evolución de la inteligencia artificial (IA), lo que antes parecía ciencia ficción ahora es una amenaza concreta: ya no sabemos si lo que vemos o escuchamos en internet es real. Los deepfakes —contenidos manipulados digitalmente que imitan rostros, voces y gestos humanos con precisión milimétrica— están generando una crisis global de veracidad y confianza.

La nueva cara de la desinformación

Los deepfakes no son nuevos, pero su accesibilidad sí. Hoy cualquier persona con conexión a internet puede crear un video falso con IA en cuestión de minutos. El 61% de los usuarios en América Latina no logra distinguir un contenido real de uno generado por IA, según el Observatorio de Ética Digital (2025).

La manipulación no se limita a bromas o contenidos virales. Se utiliza en campañas políticas, fraudes financieros, extorsiones y operaciones de desinformación. En época electoral, por ejemplo, los deepfakes pueden alterar discursos, inventar declaraciones o distorsionar hechos con impacto directo en la opinión pública.

En Argentina, el 42% de las fake news virales en 2024 incluyó material audiovisual editado con herramientas de IA. En Brasil, durante las elecciones municipales de 2024, se detectaron más de 2.000 intentos de manipulación audiovisual digital, según la Fundação Getulio Vargas.

Deepfakes y violencia de género: una herramienta de silenciamiento

La amenaza más silenciosa —y brutal— de los deepfakes es la violencia digital de género. Desde 2019, la producción de pornografía falsa con rostros de mujeres reales creció un 900%, y el 99% de las víctimas son mujeres, de acuerdo con datos de Sensity AI (2024).

Estas prácticas no son casos aislados. Son una forma sistemática de amedrentamiento y control. Mujeres políticas, periodistas y activistas son blanco frecuente. En México, la senadora Andrea Chávez denunció públicamente la creación de un deepfake pornográfico con su rostro, generando un fuerte llamado a legislar sobre IA y violencia digital.

A pesar de leyes como la Ley Olimpia, que penaliza la difusión de contenido íntimo sin consentimiento, la mayoría de los países de la región carece de marcos normativos específicos para IA. Esto deja a las víctimas en una situación de indefensión frente a tecnologías que evolucionan más rápido que la ley.

¿Quién controla la narrativa en la era de la IA?

El avance tecnológico nos enfrenta a un dilema urgente: ¿quién define lo que es verdad?

La Unión Europea marcó un hito en 2024 con la aprobación de la Ley de Inteligencia Artificial, que establece categorías de riesgo y responsabilidades para los desarrolladores. En América Latina, los avances son dispares. Uruguay y Brasil trabajan en estrategias nacionales con enfoques éticos, pero aún sin legislación vinculante.

Organismos como el CIID promueven el debate público con perspectiva de derechos y transparencia. Sin embargo, la velocidad del cambio tecnológico supera a la capacidad institucional para controlarlo.

Ciudadanía digital: el antídoto a la manipulación

Frente a este panorama, la única defensa efectiva es la formación de una ciudadanía digital crítica. Una sociedad que comprenda cómo funciona la IA, que sepa verificar fuentes, que no comparta contenido dudoso, y que exija transparencia en el uso de algoritmos.

“La IA puede potenciar nuestras decisiones o manipular nuestras creencias. Todo depende de quién la diseña y para qué la usa”, advierte el Foro Latinoamericano de Tecnología y Derechos (2025).

La confianza digital está en juego

La era de la IA no solo plantea desafíos técnicos: plantea dilemas éticos, democráticos y sociales. Si no se garantiza la integridad de la información, todo el ecosistema digital se vuelve vulnerable. Y sin confianza, no hay ciudadanía digital posible.

Latinoamérica tiene hoy la oportunidad de avanzar en regulaciones innovadoras, con foco en derechos humanos y participación ciudadana. No basta con celebrar la tecnología: hay que ponerle reglas.

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